Como ya señalé el miércoles, las etapas de febrero parecen hechas a la medida de Barack Obama. Ayer se cumplimentó con éxito el primer escenario post-SuperMartes diseñado por sus estrategas. Ganar Washington, Louisiana y Nebraska, y dejar que la ansiedad -siempre mala acompañante en unas elecciones- cuaje en el campo de Clinton. La sorpresa de la noche estuvo en los amplios márgenes de sus victorias, siendo especialmente llamativa esta en Washington, donde Hillary no había renunciado a aplicarse en campaña en los dos días anteriores. Una posible derrota esta noche en Maine será más dulce para Obama después de la exhibición de ayer. Pero no debe dejarse llevar por la euforia. No hay que engañarse. Lo logrado ayer no representa nada diferente a lo visto hasta ahora. El Senador Obama volvió a triunfar en dos caucuses y una primaria negra -sus dos especialidades.
Una victoria el próximo martes en la triple primaria del Potomac -Distrito de Columbia, Maryland y Virginia- inquietaría más a su adversaria. Para Hillary el triunfo en sólo uno de esos tres estados sería un alivio. Para Obama, obligado a demostraciones mayores para que le llamen front-runner, el triunfo en los tres es una necesidad. El reparto proporcional de delegados seguirá impidiendo que ninguno de los dos destaque en poderío por encima del otro, pero también están batallando por transmitir buenas sensaciones -de ganador- al votante y a los medios. Para Obama es imprescindible arrasar en febrero, ya que en marzo le espera una batalla casi perdida -Texas- y otra de máxima exigencia -Ohio. Si ayer Hillary hubiera sido la gran triunfadora, hoy ya se estaría hablando de que la Senadora por Nueva York está atando la nominación; siendo Obama el triunfador, el diagnóstico es que la resolución de la carrera puede caer en un punto muerto.
Esto nos lleva a la batalla por los Superdelegados y, mucho ojo, a las presiones que desde el campo de Hillary ya han comenzado para que se permita a Florida y Michigan sentar delegados en la Convención Nacional Demócrata. Recordemos que esos dos estados adelantaron sus primarias para enero en la esperanza de tener más influencia en las nominaciones. Como castigo por romper sus reglas de calendario, la dirección nacional del partido privó a Florida de todos sus 210 delegados y a Michigan de sus 156, dejándolos sin representación en el proceso. Era una maniobra de cara al público. La idea era levantar la sanción cuando ya hubiera un candidato claro que tuviera la nominación asegurada, y esos delegados no tuvieran poder de decantar la victoria. Esperaban un proceso estándar de rápida resolución al estilo de los últimos años. La invitación de última hora a las delegaciones de esos dos estados iba a ser para sumarse a la fiesta de coronación de un nominado indiscutible.
Pero en el actual escenario, esa decisión podría alterar por completo la dinámica del proceso. Será un panel designado por 186 miembros -aún no compuesto- el que tenga en sus manos la decisión de si permite o no a las delegaciones de Michigan y Florida sentarse el próximo mes de agosto en Denver. El creciente protagonismo de este debate alimenta los miedos de la gente de Obama hacia el peso de los Clinton sobre la maquinaria del partido. Algunos demócratas proponen una solución intermedia: celebrar caucuses en ambos estados. Pero los jefes estatales del partido se niegan en redondo, apoyándose en que más de 1,7 milones de demócratas de Florida y 600,000 de Michigan ya expresaron su preferencia presidencial el pasado mes de enero.
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