domingo, 7 de octubre de 2007
"Where's the beef, Barack?"
Entre los precandidatos republicanos, todos aseguran parecerse a Reagan más que el rival, alguno como Giuliani incluso va más lejos y busca la comparación con Winston Churchill. En el pasado ha habido recurrentes ejemplos de candidatos que han perseguido de forma voluntaria ser asemejados a exitosas experiencias y figuras históricas. Bill Clinton utilizó unas viejas imágenes de JFK en sus anuncios de la campaña del 92, Jimmy Carter reivindicó en el 76 el legado moral de Woodrow Wilson, o John McCain nos hablaba en 2000 de su profunda admiración por Teddy Roosevelt.
Pero hay este año un candidato que, sin forzar comparaciones, consigue traer a nuestra memoria viejas campañas que marcaron época, muchas veces sin llegar a lograr la victoria. Me refiero a Barack Obama. Hace unos días veíamos cómo reunía a miles de seguidores en el Washington Square de Manhattan. Antes veíamos la misma estampa en Atlanta, capital del Nuevo Sur. Y en estas multitudes no se veían sólo afroamericanos, como sí era la tónica habitual en las campañas de Jesse Jackson, el candidato negro que más lejos ha llegado hasta el momento. La comparación fácil pero incorrecta.
Lo que sobresale en las multitudes que siguen a Obama es la baja edad. No la condición de estudiante universitario tan presente, tanto para bien como para mal, hace cuatro años en la campaña de Howard Dean. Aquella campaña, inspirada en las aventuras de Eugene McCarthy, despegó gracias a la energía extraída del descontento existente entre amplios sectores de jóvenes universitarios socialmente acomodados, pero también fue conducido a la ruina por esa pérdida total del sentido de la realidad. Cuando Dean se dio cuenta de que dos tercios de los participantes en el Caucus de Iowa suelen ser personas de más de 55 años, fue demasiado tarde para reaccionar.
El atractivo de Obama sobre la América más joven no se debe a la beligerancia de su discurso, sino a condiciones vinculadas a su propia historia, edad y personalidad. En su caso, gustar a los universitarios o a jóvenes profesionales liberales no implica dejar de gustar a los mayores, o resultar demasiado elitista o snob para los jóvenes trabajadores no universitarios. Su poder de convocatoria recuerda en algo al espíritu del 68 tan bien reflejado en la campaña relámpago de Bobby Kennedy. Una reminiscencia sugerente para el movimiento contra la Guerra de Iraq. Pero el verdadero secreto del papel estelar que le fue adjudicado en esta campaña a Barack, antes incluso de anunciar su interés por la Presidencia, es lo que la prensa llama la "cosa del futuro" -"the future thing"-. El eterno "Let us be the generation...", el lenguaje generacional que siempre sigue vigente, ha servido como motor de no pocas campañas presidenciales en EEUU. Pero con los baby boomers ya asentados en puestos de responsabilidad, no habíamos asistido a una campaña tan marcada por ese lenguaje como está siendo la de Obama.
La última fue la del Senador Gary Hart en 1984, el primer candidato directamente conectado con la generación del Baby Boom que aspiró a la Presidencia. Con una edad similar a la que Obama tiene ahora, Hart apeló al cambio generacional y al valor de la juventud de una generación de profesionales preparados que se había colado con rapidez en el centro de la sociedad urbana simbolizada en la figura de los yuppies. Hart se inspiraba también en una experiencia anterior. La de JFK en 1960. Ya su estilo de caminar con los hombros encogidos y una mano en el bolsillo de la chaqueta del traje, como hacía el Presidente Kennedy, fue motivo de comentarios y comparaciones. Pero el paralelismo no sólo era iconográfico.
El objetivo de Hart era recuperar la fórmula del éxito de Kennedy: hacer ver al votante que había llegado la hora de emprender la renovación de la clase política, enterrando a las figuras del pasado, dejando la conquista del futuro en manos de una generación más preparada para comprender y analizar los problemas reales en una nueva época de rápidas transformaciones sociales y tecnológicas. Algo tan sencillo como eso y cierto aire de independencia y honestidad le bastó a Hart para poner en jaque a su rival de mentalidad más estrecha, Walter "I'm-going-to-raise-your-taxes" Mondale, un representante clásico del old-fashioned politician. Más tarde vimos un intento similar con Paul Tsongas, cuyo ejemplo terminaría siendo asimilado por Bill Clinton.
Barack Obama, al igual que Kennedy y Hart antes, es el primer miembro de una determinada generación que da el salto a una campaña presidencial. Es el primer candidato que conecta de forma específica con los estadounidenses nacidos a partir de la década de los 60. Es uno de ellos. Uno de esos que supieron de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea a través de las clases de historia en el colegio y tienen la Guerra de Vietnam como un lejano recuerdo televisivo de la primera infancia. Una generación alejada de los dolores y los sufrimientos paralizantes del pasado, que vivió sus años universitarios en la época más opulenta de la era Reagan.
Pero como toda campaña que se aleja del tradicional playbook demócrata y se lanza con conceptos ambiguos como "new ideas" y "new kind of politics", corre también el riesgo de resultar lo más cercano al humo y la insustancialidad, y ser desarmado sin dificultad con algo como el "Where's the beef?" del clásico anuncio de Wendy's. Especialmente si, como se intuye en este caso, el llamamiento del candidato Obama para dar una oportunidad a los post-boomers para dominar el mundo parece demasiado prematuro después de sólo dos presidentes baby boomers -Clinton y Bush-. Podría parecer algo irresponsable y arriesgado en un mundo lleno de peligros heredados del pasado, pero a día de hoy lo cierto es que esa "cosa del futuro" es lo único que Obama tiene para hacer avanzar su campaña. No tiene otro arma.
PostData: el último anuncio de Obama en la TV de Iowa.
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3 comentarios:
Recuerdo el "escándalo" de Gary Hart y Donna Rice. Aquello fue vergonzoso, como lo de Clinton. No me gusta nada que la gente deba dar explicaciones sobre lo que hace con su vida privada. Los políticos deberían guardar silencio sobre ello, como el presidente Andrew Shepherd (Michael Douglas) en la película The American President.
¡Ah! Ahora le están dando caña por otra historieta de estas a Antonio Villaraigosa.
¿Y si nadie pregunta por la vaca o la carne? Cabe la posibilidad, aunque sea remota, que guste más envoltorio. Vender una forma de ser es difícil, pero no es imposible.
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