El ticket electoral más exitoso de las últimas décadas surgió de un duro duelo entre dos políticos engendrados en orillas opuestas. Un ex presidente del sindicato de actores que había comenzado su carrera política decisiva como un "candidato-ciudadano" a Gobernador de California, apoyado más por el círculo de millonarios que después formaría su gabinete de cocina, que por la cúpula del partido; contra un graduado de Yale, integrado en el Establishment particular republicano y la clase política del Este, y miembro de la Trilateral. Un outsider populista que durante años había cultivado la técnica del agit-prop y la campaña permanente hasta crear una potente red de grassroots por todo el país para lanzarse a la Presidencia por cuenta propia; y un insider ajeno a las grandes aventuras electorales y al contacto con los votantes, que había ascendido en los pasillos de Washington gracias a ser bien recomendado a puestos de designación ejecutiva -embajador ante la ONU, presidente del Comité Nacional Republicano, director de la CIA-.
Apoyado por los grandes jefes del sistema, George Bush se había impuesto en el Caucus de Iowa. Pero el espíritu independiente de New Hampshire y Carolina del Sur acabarían con sus esperanzas y colocarían a Ronald Reagan, con la ayuda de las organizaciones de base, en un camino acelerado hacia la nominación republicana. Después de varios triunfos encadenados de Reagan, la última esperanza de Bush para dar un giro a la dirección que había adquirido la carrera era ganar en el mes de mayo la primaria de su estado de adopción, la gran Texas, rica en delegados electorales. Gastaría millones en el empeño sin éxito. El voto rural y suburbano darían la victoria en Texas a un Reagan que apenas gastó recursos en el estado. Este sería el punto y aparte en las ambiciones de Bush.
La Presidencia estaba perdida. Su nuevo objetivo sería obtener la Vicepresidencia. Aunque para ello hubiera que humillarse y actuar como un pordiosero. No sería sencillo convencer a un Reagan que pensaba más en un alma gemela como Paul Laxalt o Jack Kemp. Pero la gente de Bush utilizaría las victorias de este en las primarias de Michigan y Pennsylvania para insinuar a Reagan que necesitaba al moderado Bush para apuntalar sus números en esos dos grandes estados contra Carter. Aún en la Convención de Detroit habrían de afrontar unos y otros con sutileza florentina sus respectivas resistencias. Durante tres días, el proceso se jugó su camino inmediato en un rocambolesco cabildeo entre los pisos 69 y 70 del Hotel Plaza de Detroit. Para los conservadores la Trilateral, la etérea creación de David Rockefeller, del que Bush era miembro, constituía la más peligrosa conspiración antiamericana del Establishment. Los soldados rasos de Reagan, los activistas conservadores de base, plantearían un tenso pulso para rechazar a George Bush y evitar así que "Ronald Reagan sea el tercer Presidente de EEUU que trabaje para Henry Kissinger".
Finalmente Reagan supo transar y aplicar la fórmula del paso atrás. En nombre del pragmatismo electoral, el pacto de Detroit fijó parcelas de poder para el Establishment y se convino un protocolo sobre la Trilateral con el fin de los ataques y el alejamiento de Bush de la organización. Así se firmó la constitución de un ticket que haría historia en las dos próximas elecciones presidenciales. Un matrimonio de conveniencia que pocos veían posible entre dos hombres que recelaban el uno del otro. Sin duda una referencia para el diseño de futuros tickets electorales.
Video: cara a cara entre Ronald Reagan y George Bush en el debate celebrado en Houston el 23 de abril de 1980 (Real Player) en el contexto de la elección primaria de Texas que se iba a celebrar una semana después. Reagan estaba apoyado en el estado por el popular ex Gobernador John Connally, demócrata reconvertido en republicano; Bush contaba con el apoyo de insiders como Leon Jaworski, el héroe del Watergate.
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2 comentarios:
Antes se dio un caso parecido con el ticket Kennedy-Johnson, que no se podían ni ver aunque el primero necesitaba al segundo y que además representaban el habitual duelo regional. Y también se decidió en la habitación del hotel. Pero yo creo que en la elección de vice los gerifaltes de los partidos siempre tienen algo que decir, no?
Kennedy necesitaba a Johnson imperiosamente para ganar Texas en una elección muy igualada. Reagan no necesitaba a nadie, aunque hubiera puesto a la mona chita de running mate, hubiera aplastado igualmente a Carter.
Lo que ocurre es que Bush era un tipo bien conectado con gente importante con la que Reagan no acostumbraba a relacionarse, en ese sentido era alguien que le podía ofrecer una serie de contactos y orientaicón en el mundo del establishment de lo que Reagan, que no había estado nunca en Washington, carecía.
También ofrecía experiencia en política internaiconal (antiguo embajador en la ONU y en China, director de la CIA) que Reagan no tenía. Fue un buen tandem, funcionó muy bien en la Casa Blanca. Más que en als elecciones. Los éxitos electorales eran mérito exclusivo de Reagan, no nos vamos a engañar. Bush le fue útil para gobernar, no para ganar elecciones.
El ticket Bush-Cheney sigue la lógica del Reagan-Bush. Un Gobernador populista para Presidente, y un tipo gris curtido en Washington para Vicepresidente. Con la diferencia de que Bush tenía ambiciones más altas y Cheney no.
El aparato del partido lógicamente influye aconsejando en la selección del running-mate. Pero también los delegados. En la Convención había unos cuantos delegados de Bush. Las delegaciones de Pennsylvania o Michigan por ejemplo, dos estados grandes que había ganado en las primarias. Así que también suele buscarse el modod e que esos delegados voten por Reagan para Presidente, no por Bush... no porque los necesite, sino para representar una mayor unanimidad. Aunque en aquel caso Bush ya pidió a sus delegados semanas antes que votaran por Reagan. Seguramente esperando que este le devolviera el gesto designándolo running-mate.
Reagan si hubiera elegidod e corazón, hubiera escogido a Paul Laxalt o Jack Kemp. Con Laxalt hubiera sido un ticket genuinamente del Oeste, muy outsider. Con Jack Kemp, entonces una joven estrella ascendente, se hubiera asegurado un claro heredero para el futuro, casi tan carismático como él.
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