Los demócratas se reparten esta noche 45 delegados en la primaria de Carolina del Sur. Pero más allá de eso, la cita de hoy pondrá a prueba el mensaje de unidad de Barack Obama. Para el Senador por Illinois, no se trata sólo de ganar la primaria -algo que todos dan por hecho. Su gran desafío será demostrar que su victoria en Carolina del Sur no se deba únicamente a la fuerte presencia de afroamericanos en ese electorado. Por eso, tan importante como la magnitud de su victoria, será comprobar su desempeño entre diferentes grupos de votantes. Con especial atención a los blancos, entre los que últimamente parece haber perdido terreno.
Este estado con una historia de enconadas divisiones raciales puede ser un buen campo de pruebas para que Obama ponga en práctica su publicitado talento para unir a las gentes. Los blancos de este lugar no tienen nada que ver con los blancos de Illinois o Nueva York. Son más pobres, disponen de rentas más bajas, son trabajadores, y pertenecen a una cultura más básica y conservadora que la urbana. Son el perfil de votante que el Partido Demócrata ha perdido en las últimas décadas al dirigir más su mensaje hacia los profesionales liberales acomodados de las grandes ciudades. Es cierto que hoy participarán mayoritariamente los blancos más inclinados hacia los demócratas, pero será interesante ver si Obama es o no ese all-star candidate de todos y para todos que pretende ser.
Para entendernos, cuando el reverendo Jesse Jackson compitió en las primarias demócratas en 1988, arrasó en los estados del Sur Profundo como Carolina del Sur, Georgia, Alabama, Mississippi o Louisiana. Pero la única clave de su éxito era jugar la carta de la división racial. Ganar sólo gracias al voto negro. Sus triunfos en el Sur no eran un indicativo de su fortaleza o competitividad en esos bastiones conservadores. Obama tiene la posibilidad de romper esa tradición y demostrar que un negro también puede ganarse el favor de los demócratas blancos en el Sur, sin renunciar al voto afroamericano. No le será fácil. Este es el estado que tuvo sólo Gobernadores demócratas durante casi 100 años consecutivos -entre la Guerra Civil y los años 80 del Siglo XX-, la mayoría segregacionistas que ordenaban izar la bandera confederada a la mínima ocasión, cada vez que se celebraba alguna fecha clave. A pesar de ser ya parte del Nuevo Sur, conservador pero tolerante, la historia y la tradición siguen pesando.
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