jueves, 23 de agosto de 2007

El Partido Demócrata ayer y hoy

El Partido Demócrata se fundó en el siglo XIX sobre la base de viejos principios jeffersonianos como el igualitarismo, la democracia liberal, las inclinaciones humanitarias, etc. Todas ellas ideas surgidas de la admiración que Thomas Jefferson sentía por la Revolución Francesa. También el partido mostró desde muy temprano un gusto por la descentralización, haciendo suyas las posiciones contrarias a un poder central efectivo. Este posicionamiento sería deudor del gran sueño de Jefferson: que la popular y humilde América rural se impusiera siempre a la exclusiva América industrial de los patricios.

A partir de esos ambiguos principios constitutivos, la evolución del partido estaría condicionada por la evolución de la propia Nación Americana. Una vez concluída la famosa "conquista del espacio norteamericano" con la conquista gradual de nuevos territorios, la Unión se extendió hacia el Sur y el Oeste; la atracción por las nuevas tierras fue fuerte y muchos colonos se desplazaron por oleadas hacia esos nuevos territorios en los que se asentarían.

Se conformó así una nación geográficamente muy diversa, con regiones muy distintas entre sí, y cada una con su propia especialización. La estructura social de cada región adoptó una fisonomía social particular y propia, sobre todo con dos mundos claramente contrapuestos: en el Norte dominaban los patricios enriquecidos con el tráfico marítimo, la banca y la nueva industria. En el Sur se creó una especia de aristocracia calvinista de grandes plantadores que llevaban el mismo tipo de vida que las comunidades del siglo XVIII, y que despreciaba a los "yankees" del Norte. Por su parte, en el Oeste apareció un nuevo tipo de estadounidense aventurero, individualista, enamorado de la libertad y la igualdad, que no apreciaba más que el valor personal... el prototipo de "selfmade man".

Las políticas de las administraciones federales favorecían de forma descarada al Noreste capitalista, lo cual provocó el descontento del Sur y el Oeste, principalmente en lo que se refería a dos medidas concretas: la valorización del dólar -pioneros y plantadores, cargados siempre de deudas, deseaban siempre una devaluación de la moneda- y el proteccionismo aduanero, que favorecía a la industria y perjudicaba a la agricultura. Para hacer frente a esa realidad, una coalición de intereses del Sur y del Oeste llevó a la Presidencia al General Andrew Jackson (1829-1837), el primer Presidente perteneciente al Partido Demócrata.

La elección de Jackson trajo consigo, entre otras medidas, la suavización de las tarifas aduaneras, la anulación del privilegio de la banca central o la introducción de una ley anti-burocrática que buscaba impedir la creación de una casta burocrática en Washington DC. Medidas, todas ellas, de corte claramente descentralizador, encaminadas a menguar el poder del Gobierno federal sobre el individuo.

Con esta potente coalición de hombres del Sur y el Oeste, el Partido Demócrata estaría en el poder de manera casi ininterrumpida hasta 1861. Durante este tiempo, los políticos del Sur alcanzaron una creciente influencia en el partido hasta controlarlo por completo, haciendo de la defensa de la esclavitud uno de sus principios esenciales. El cada vez más acalorado debate de la cuestión esclavista provocó un acercamiento de las sociedades del Oeste con las del Noreste, y produjo la primera escisión del partido antes de la Guerra de Secesión.

Los escasos demócratas que había en el Norte y muchos otros pertenecientes a la más poderosa sección del Oeste, abandonaron el partido para unirse al Partido Nacional-Republicano y fundar un partido anti-esclavista, el actual Partido Republicano (que ya será objeto de análisis en otro post). El GOP de Lincoln reunió a todos los anti-esclavistas y llegó al poder en 1861. La derrota dejó al Partido Demócrata limitado únicamente al rol de representante de los plantadores esclavistas del Sur, lo que lo condenó a estar apartado del poder durante varias décadas una vez que el Norte ganara la Guerra.

Los últimos años del Siglo XIX y primeros del XX, fueron triunfantes para el joven Partido Republicano que se adjudicó la representación de la pujante y desarrollada América industrial frente a la América rural y atrasada que siguió abrazada a los demócratas. El Sur estaba arruinado y el Partido Demócrata también. Esto parecía que significaba el final definitivo del viejo sueño de Thomas Jefferson.

Mientras el capitalismo de los industriales adquiría cada vez mayores dimensiones y traspasaba las fronteras nacionales, los demócratas sólo pudieron recuperar la Casa Blanca debido a la división interna de los republicanos en las elecciones presidenciales de 1912. Fue de la mano de Woodrow Wilson (1913-1921), un hombre idealista que supo responder a la necesidad de extender el área de influencia del país en el exterior apelando al humanitarismo, al tiempo que mantenía bajo control el nacionalismo hegemonista publicitado por la gran industria.

Pero si el gran legado global de Wilson fue establecer las bases de la justificación providencialista del papel activo de EEUU en el mundo, su legado en el desarrollo histórico del Partido Demócrata sería la recuperación del electorado obrero del Norte, cada vez más descontento con sus condiciones de vida, al mismo tiempo que mantenía su patronaje sobre el voto racista del Sur. Una coalición de conveniencia entre diferentes sectores descontentos. La atracción de los obreros industriales se debió a medidas como la reducción del derecho de aduanas, combatiendo la presión de los omnipotentes financieros o creando un impuesto progresivo sobre la renta. También la Administración Wilson extendió el derecho del voto a las mujeres en 1920.

En esa etapa el Partido Demócrata comenzaría ya a adoptar muchas posiciones progresistas ante la necesidad de ampliar su electorado. Aunque seguiría sin hacer el más mínimo esfuerzo por resolver el "problema negro". Los negros, expulsados por la miseria del Sur y atraídos por la industria del Norte, habían comenzado una amplia migración interior. En otros campos, los excesos internacionalistas del Presidente Wilson llevaron en la década de los años 20 a una reacción aislacionista de los votantes que volvieron a situar a los republicanos en el poder. Las ideas sobre una Sociedad de Naciones preconizadas por Wilson empezaron a asustar a muchos sectores de la sociedad norteamericana que las veía como una amenaza hacia su independencia y libertad.

El periodo Wilson parecía un pequeño oasis en mitad de un largo desierto para los demócratas. Pero tras el crack económico de 1929 y la consecuente Gran Depresión con el aumento espectacular del club de los descontentos, llegaría el gran momento del Partido Demócrata. Alrededor de la figura del carismático Franklin Delano Roosevelt conseguirían construir en los años 30 y 40 una de las coaliciones sociales más potentes y duraderas de la historia de los Estados Unidos. Esa gran coalición estaría conformada por: sindicatos, intelectuales, clases medias liberales, obreros industriales, hijos de inmigrantes (irlandeses, italianos...), minorías religiosas, agricultores y granjeros afectados por la crisis, y los trabajadores blancos pobres (racistas) del Sur. Una coalición singular y heterogénea en la que los sectores intelectuales progresistas de las zonas avanzadas del país compartían con los cada vez más empobrecidos racistas del Sur, el apoyo a los programas de planificación económica promovidos por la Administración Roosevelt.

Franklin Roosevelt utilizó la expansión del protagonismo del Gobierno en la economía nacional para empezar a tejer toda una red que crease relaciones de dependencia entre los programas gubernamentales y los votantes. Por ejemplo, fundando la Seguridad Social o creando empresas públicas estatales encargadas de llevar luz eléctrica a las áreas rurales del país, lo que le garantizaba el voto en masa de los habitantes de esas áreas.

Esta coalición se mantuvo intacta también con Harry Truman, y en los años de Gobierno del republicano Dwight Eisenhower, prácticamente hasta la década de 1960. Aunque ya en 1948 se asistió a un avance de la progresiva desintegración de la coalición. Las generaciones más jóvenes de políticos demócratas comenzaron a mostrar tímidas tendencias antisegregacionistas que ofendían abiertamente a la sección sureña del partido y desencadenaban las rebeliones de los granjeros propietarios sudistas. Ese año, figuras emergentes del partido como Paul Douglas, John Shelley o Hubert Humphrey presionaron para que la plataforma electoral apoyara una firme resolución de apoyo a los derechos civiles, provocando el abandono de las delegaciones de Mississippi y Alabama para formar su propio partido, el Dixiecrat (dixie de Sur). Los dixiecrats acusarían a los nuevos demócratas de intentar a quitarles a los estados todos sus derechos ancestrales y aumentar el control federal sobre sus vidas. La escisión no evitó una nueva victoria demócrata.

La confianza que otorgaba a los demócratas el haber logrado mantener la plaza sureña en las elecciones de 1952 y 1956 contra un rival potente como el General Eisenhower, los llevaría en los años posteriores a reclamar abiertamente el fin de la segregación racial en la plataforma electoral de John F. Kennedy. Confiaban en mantener el voto pobre del Sur. Al fin y al cabo el Partido Republicano había sido la formación anti-sureña que había condenado a los sudistas a la ruina. Creían que nunca confiarían en ellos. Tal era la confianza de los demócratas de Washington DC en su relación con el Sur, que llegaron al punto de pasar por el Congreso la llamada Ley de Derechos Civiles (Civil Rights Act) y conseguir su aprobación en 1964, a pocos meses de una cita electoral. Cuentan que el Presidente Lyndon Johnson, prominente sureño él mismo, vio rápidamente el peligro de la maniobra y advirtió del resquebrajamiento del tradicional pacto entre demócratas y sudistas.

La Ley de Derechos Civiles tuvo un efecto inmediato y dramático en la configuración del mapa electoral de los Estados Unidos. En las elecciones presidenciales de 1964, los demócratas arrasaron con Lyndon Johnson y su programa de reformas sociales conocido como Gran Sociedad, presentada al gran público como una extensión del New Deal de Roosevelt, pero fueron vergonzantemente derrotados en el Sur. Estados sureños que no habían votado republicano desde el Siglo XIX, o alguno de ellos nunca en la historia, votaron en el 64 por un candidato republicano que a nivel nacional apenas llegó al 40% de los sufragios.

A partir de esa fecha comenzaría una larga pesadilla para el partido. Exaltados por la Guerra de Vietnam, afloraron en la sociedad nuevas preocupaciones propias de clases acomodadas como el cuestionamiento de la fuerza militar, el desarrollo de la identidad, la experimentación con las drogas o la sensibilización por el medio ambiente. Era la consecuencia del éxito de las políticas demócratas y el fortalecimiento de la clase media. Las privaciones materiales que habían ayudado a mantener unida a su base electoral, ya eran sólo problemas que afectaban a una minoría de la sociedad.

La gran maquinaria política que el DNC había puesto en marcha para controlar sus votos a través de grandes sindicatos, subvenciones y agencias gubernamentales varias ya no era un mecanismo efectivo. El partido se desangraba. Tiraban de él idealistas e intelectuales de izquierdas, demócratas por ideología por un lado, y archiconservadores culturales del Sur por el otro, demócratas por considerar a estos el partido de la gente trabajadora. Las dos castas que supieron converger en pro de un bien común en los años 30, se distanciaban de acuerdo mayor era el éxito de la vieja coalición y volvían a primer plano los argumentos y las ideas que antes habían quedado apartadas por las necesidades materiales.

Las elecciones presidenciales de 1972 serían la mejor expresión de la pérdida de poder de las organizaciones que habían dominado el debate interno en el partido en las cuatro décadas anteriores. Eran desplazadas por organizaciones de nueva creación que se movilizaban en nombre del anti-militarismo, los derechos civiles de las minorías, la libertad sexual, el feminismo o el aborto. Temas que hasta entonces habían ocupado un lugar marginal en el programa del Partido Demócrata. Asuntos que hasta entonces parecían exclusivos de la comunidad intelectual y académica, ahora eran caballos de batalla de gente corriente.

Sólo la mala prensa de Nixon y sus errores en el caso Watergate parecían dar un respiro al Partido Demócrata. Con los republicanos cargando con el pesado lastre del primer presidente dimisionario de la historia y la vergüenza del escándalo político, los demócratas parecieron recuperar su impulso en el Congreso y más tarde en la Presidencia con la elección de Jimmy Carter. Carter puede ser considerado como una excepción histórica, su ascenso se debió al cansancio general existente con el político profesional, y su ajustada victoria fue en parte gracias a la recuperación parcial del voto rural y evangélico que se sentía inspirado por la historia personal de este cacahuetero baptista de Georgia.

Pero ese era sólo un voto prestado. Carter no había conseguido construir una coalición propia. Sus intentos por actualizar la presidencia de Woodrow Wilson pronto se vieron abortados por la paupérrima situación socio-económica interna, el fracaso de las políticas de planificación, ayuda social y renovación urbana, y la quiebra de los programas gubernamentales de la década anterior, así como por el desgaste del liderazgo mundial de EEUU.

Los republicanos se adelantaron en su denuncia de las deficiencias del sistema imperante en las cinco décadas anteriores, mientras los demócratas quedaron anclados a las decadentes organizaciones sindicales, en la defensa del liberalismo (liberalismo en el sentido anglosajón) tradicional y la confianza ciega en la posibilidad de reflotar tímidos programas sociales que les permitieran volver a reunir un electorado dependiente de alguno de los brazos del Gobierno que ellos controlaran.

En los doce años de Gobierno republicano (1981-1993), el Partido Demócrata parecía haber dejado de ser un partido referente, y haberse convertido en un partido de minorías marginales. Secuestrado en las cuatro paredes de las grandes universidades del Este. Incapaz de llegar al electorado con sus propuestas de gestión de los problemas cotidianos, apelaba a nivel nacional a valores culturales progresistas (aborto, control de armas, dudas sobre la pena de muerte...). A nivel local seguía siendo una organización fuerte también en algunas zonas del Sur o la América Profunda. Esta circunstancia se debía a las diferencias dentro del partido antes mencionadas. Esto hacía posible que, por ejemplo, los estados del Deep South votaran en masa por el republicano Reagan en las presidenciales, al tiempo que elegían Gobernadores demócratas, incluso Senadores, que nada tenían que ver con el aparato del Partido Demócrata instalado en Washington DC.

Así, cuando en 1992 decidieron presentar para una elección general a Bill Clinton, Gobernador centrista del estado sureño de Arkansas, el estado más pobre de la Unión, consiguieron recuperar parte del Sur y el Oeste que en las 3 elecciones anteriores habían perdido por completo. Y, ¿qué hizo Clinton para lograrlo? A la vez que mantenía el apoyo de las minorías consolidando la cultura de la tolerancia, supo volver a atraer a la clase media y a una buena parte de los trabajadores blancos del Sur. ¿Cómo? Declarando que compartía gran parte del ideario republicano, decretando la defunción del Gran Gobierno, y dejando a estos sin un mensaje diferenciado; demostrando que el Partido Demócrata podía cubrir todo el espectro político norteamericano, incluído el Nuevo Sur, identificándose de nuevo con el ideal jeffersoniano adaptado a la primacía de la cultura popular, y garantizando que podía asumir cualquier proyecto no demócrata sin prejuicios cuando sus proyectos fuesen rechazados.

Aunque paradójicamente, coincidiendo con los triunfos electorales del Presidente Clinton, el partido perdió posiciones en el Congreso. Esto se debía a que el liderazgo demócrata nacional, especialmente en las cámaras legislativas y los centros de poder paralelos de Washington DC, seguía monopolizado por los demócratas "clásicos" que controlaban la agenda del partido, cada vez menos, y la gente no estaba dispuesta a que con una mayoría en el Congreso, ese partido que ya no les gustaba tuviera más poder que el presidente que sí les gustaba porque no lo identificaban tanto con la reciente trayectoria del partido que lo cobijaba. La pérdida de las dos cámaras del Congreso por primera vez en 50 años, era un gesto de censura a esa casta burocrática elitista y corrupta en la que se había convertido la delegación congresional demócrata.

Muchos consideran la presidencia de Bill Clinton una excepción que fue posible gracias a la división en la derecha que desembocó en la candidatura independiente del populista Ross Perot. A partir de ahí habría sido su talento natural para los malabarismos lo que le habría permitido mantener un electorado corto pero fiel. Un paréntesis más "clintoniano" que "demócrata". En parte esto podría ser cierto si observamos que, tras su retirada, ningún demócrata ha sido capaz de llevarse ni un solo estado incluido en la zona de influencia de la cultura conservadora.

El Partido Demócrata no ha sabido utilizar el aprendizaje de Clinton como hoja de ruta para el futuro y no ha renunciado a seguir profundizando en su identificación con las élites culturales y sociales del Noreste. Se ha ido consolidando con fuerza en zonas periféricas del país, Noreste o Costa del Pacífico, y más tímidamente en la región de los Grandes Lagos. Pero hablando del control de la libre posesión de armas de fuego, o convirtiendo el matrimonio homosexual en tema central de su ideario, se ha alejado de los votos que en su caso marcan la diferencia entre la victoria o la derrota nacional. En su favor hay que decir que sí han abrazado en gran medida la bandera de la contención del gasto y la limitación del Gobierno. Han caminado hacia la idea de que el crecimiento no sólo es compatible con el bienestar social, sino que ambos se necesitan.

En definitiva, el Partido Demócrata fue en el siglo XIX y parte del XX, el partido contrario al poder centralizado, y representante de los sectores más replegados hacia sí mismos del Sur y el Oeste. Fue además el partido de los hombres blancos de los estados pobres, con estrechos vínculos con el primer y segundo Ku Klux Klan. Todo giraba alrededor del concepto "derechos de los estados" frente al poder central siempre dispuesto a acaparar mayor poder de intervención sobre la legislación de los estados. Por ello su fortaleza estaba en las zonas más "outsiders" o rebeldes de la Unión.

A partir de mediados del XX, ese partido se iría transformando en un partido mucho más progresista, con verdadera fe en el poder del Gobierno federal para imponer programas sociales como el New Deal o la Gran Sociedad para hacer avanzar a la gente. Se apuntaría grandes éxitos que reflotaron a la sociedad norteamericana. Pero precisamente sería el éxito y la desaparición del "proletariado" y los desfavorecidos lo que lo conduciría a una excesiva identificación con el progresismo de escritorio de Harvard-Yale y al alejamiento de la forma de vida, preocupaciones diarias y tradiciones de una parte del americano medio que antes era fiel al partido.

Ese americano medio detesta con pasión el esnobismo intelectual y las pretensiones basadas en supuestas superioridades sociales y culturales que han invadido el aparato del Partido Demócrata. En este punto, el partido puede aspirar a grandes victorias ocasionales con programas y candidatos concretos en momentos puntuales, pero está lejos ya de sus años gloriosos. Aquellos en los que una persona era demócrata de forma automática sólo por tener el carnet del sindicato, por vivir mejor gracias a las subvenciones del estado protector, o simplemente por ser blanco y vivir en Alabama.

PostData: próximamente "El GOP ayer y hoy" sobre la evolución histórica del Partido Republicano.

12 comentarios:

octopusmagnificens dijo...

Excelente. Excelente. Espero el "El GOP ayer y hoy".

Anónimo dijo...

Me parece un artículo interesante y muy ecuanime.

Para mí Clinton ha sido uno de los mejores presidentes que ha tenido USA. Muchos sólo lo valoran ahora.

Antxon G. dijo...

Yo opino que a Clinton le tocó ser presidente en la década más sencilla del Siglo XX. Si nos ponemos a repasar, los 90 fueron muy anodinos en comparación con elr esto de décadas, salvo tal vez los 50.

Muchas veces me he preguntado cómo serían las cosas si, por ejemplo, Bill Clinton hubiera sido elegido en 1976 y Jimmy Carter en 1992. Tal vez tendríamos ahora una visión muy diferente a la que tenemos de cada uno de ellos.

Es muy complejo poner etiquetas de "mejor rpesidente" o "peor presidente" porque no podemos valorar a cada uno dentro de un mismo medio y haciendo frente a unos mismos desafíos.

Lo que Clinton sí tenía era madera para el liderazgo, carisma y sentido de la realidad. Con eso y las políticas de triangulación le bastó. Pero tampoco hay que olvidar lo mal que lo hizo casi todo en sus dos primeros años de Gobierno.

Luego supo aprender de sus errores. Básicamente dejando hacer al Congreso. Hay que tener en cuenta que la agenda nacional fue controlada por lsor epublicanos en gran medida, y hubo muchos momentos en que la función de Clinton parecía limitarse únicamente a firmar y hacer viajes por el mundo. Tuvo muy poco poder desde el primer mandato, y creo que eso también le impidió cometer errores que hubiera cometido de tener vía libre para llevar la iniciativa.

Javi (@Treintanyero) dijo...

Y sin embargo, a día de hoy, la figura de Clinton, o "Los felices Clinton", son echados de menos por una parte de USA...también porque supongo que es normal...

Es decir; cualquier Presidente anterior al 11-S sería echado de menos...todo era más facil...

A mí me gusta Clinton. Pero más Gore.


Javi

octopusmagnificens dijo...

Pues al posterior al 11-S lo reeligieron bien.

Javi (@Treintanyero) dijo...

No invalida la mayor...Obviamente; Kerry era un mal candidato, y Bush, para bien y para mal, tenía un plan...

Pero eso no implica que no se eche de menos los años Clinton.

Saludos

Javi

Antxon G. dijo...

No estoy de acuerdo en que Kerry era un mal candidato. Lógicamente no estaba a la altura de otros que han llegado a presidentes. Pero no era tan mal candidato como algunos pretenden hacernos creer. El programa de Hillary este año es idéntico al de Kerry adaptado al 2008.

John Kerry no era un rival fácil. Un veterano de guerra condecorado, con un mensaje bastante razonable y para nada marginal. Su gran problema era el mismo que arrastrará Hillary u Obama en 2008, el elitismo. La dificultad para llegar a ciertos sectores del electorado que finalmente decantaron la elección.

Echar de menos a Clinton... eso es algo muy engañoso. Lógicamente el pueblo se sentía más seguro en 1999 que después del 11-S. Pero eso era sólo una percepción, una ficción, un estadod e ánimo. En realidad en 1999 estaban más expuestos a los peligros que ahora después del 11-S. Fue la realidad de los 90 la que llevó al 11-S. No estaban seguros. A partir del 11-S se han tomado medidas de seguridad que antes nos e tomaron. Pero claro, ahora la gente eprcibe la amenaza con más miedo porque sus ojos ya lo han visto. Pero eso es cosa de la percepción. Antes del 11-S América era un lugar más inseguro que después del 11-S.

Lo que los votantes echan de menos es el "good feeling". La despreocupación de una década como los años 90 que fue parecida a la de los 50. Dos décadas extrañas, diferentes, un tiempo de respiro aparente, nada que ver con las otras 8 o con esta o con las que vendrán.

octopusmagnificens dijo...

Estoy de acuerdo con lo dicho por Antxon. Kerry era un buen candidato y atentar en territorio americano sin duda es muchísimo más difícil ahora que antes de 2001. Más concretamente, el 11-S ha contribuido a mejorar la seguridad aérea tanto por las medidas de seguridad adoptadas por las compañías como por la propia actitud de los pasajeros, que ante un intento de secuestro ya no se mostrarán tan pasivos como antes. No es lo mismo creer que los terroristas pretenden negociar lo que sea, que creer que van a estrellar el avión.

Anónimo dijo...

Buen análisis.

geógrafo subjetivo dijo...

Dos cositas. La primera es que por lo escribes es que el Partido Demócrata muere de su propio éxito. La segunda es que la política es muy fluida, por lo que la apuesta conservadora del GOP puede caer por su propio éxito.

Antxon G. dijo...

Exáctamente. Dentro de un par de días colgaré un artículo sobre la evolución del GOP y allí hablaré de todo eso. :D

Odalric dijo...

ES PEC TA CU LAR!
Un artículo genial, querido Antxon!

Por cierto, creo que el GOP también reclama la herencia de Jefferson...