sábado, 4 de agosto de 2007

La barrera de la Ivy League

Me he encontrado un interesante artículo de Steven Stark en el Boston Phoenix. Nos habla de las dificultades de John Edwards para acercarse a los dos favoritos, Hillary y Obama, en las encuestas, en niveles de recaudación de fondos o en cobertura mediática. Aún siendo reconocido como el candidato que ofrece el programa con más sustancia y detalles específicos, que cuenta con el apoyo de importanets sindicatos, y que es de sobra conocido porque no es la primera vez que se postula, hay algo que impide su progreso, haga lo que haga.

Stark cree que Edwards está siendo víctima de la deriva hacia el elitismo que el Partido Demócrata ha experimentado en las últimas décadas. Los nombres de Hillary u Obama brillan más en un partido que cada vez se ha ido encerrando más entre las cuatro paredes de las más elitistas universidades privadas de la Ivy League. Como hijos de Harvard y Yale que son, están mejor posicionados dentro de un modo de vida y un mundo de relaciones políticas y culturales vinculado al aparato del Estado y a las élites intelectuales de la Costa Este, apoyadas en los grandes medios clásicos como el New York Times.

El Senador Edwards sería en este entorno un candidato "sin pedigree". Un político vinculado más al menguante poder de las grandes organizaicones sindicales y la maquinaria tradicional de un partido que en otro tiempo se hacía llamar "el partido del pueblo". Se encontraría pues, luchando contra la nueva naturaleza de un club político que se ha alejado de la preocupación de antaño por las privaciones materiales, y ha desviado su interés hacia preocupacioens más propias de ciudadanos acomodados, como los universitarios de buena cuna, aquellos que se declaran progresistas más por ideología chic que por necesidad.

Esa pérdida del carácter popular del partido, convierte a un licenciado por una universidad estatal cualquiera en un candidato de segunda fila. Las historias de viejos referentes demócratas como Harry Truman, Lyndon Johnson o Jimmy Carter (todos ellos vilipendiados en su momento por los grandes medios, por cierto) habrían dejado de ser suficientemente atractivas o elegantes. Los códigos estéticos y culturales adquieren así una relevancia exagerada en el proceso de nominación demócrata. Parece condición definitiva haber mamado de las élites intelectuales que dominan el debate en los grandes medios que te harán bueno.

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