Joe Sixpack es el nombre por el que se conoce en la psefología estadounidense un estereotipo electoral que se ha demostrado clave en la resolución de las batallas electorales de los últimos años. Es el arquetipo de voto fluctuante que los demócratas necesitan volver a atraer con urgencia en estados concretos -el ejemplo más evidente sería Ohio- si quieren recuperar la Presidencia.
El nombre de este modelo sociológico, "Sixpack", viene del paquete de seis latas de cerveza barata que habitualmente consume. El Partido Demócrata lleva años luchando desesperadamente por retener a este votante blanco étnico de los estados industriales, que ya no se considera un demócrata convencido como antaño y ve cómo su naturaleza se asemeja más en muchos casos al modelo cultural republicano.
John Micklethwait y Adrian Wooldridge nos describen en su libro The Right Nation el perfil de este individuo.
(...) Es varón, blanco, trabajador, no ha completado su educación universitaria (si es que llegó a empezarla) y a menudo está enamorado de la cerveza de lata barata, las galletitas saladas y las retransmisiones deportivas por televisión. Puede que ya ni tenga carnet del sindicato, y a veces trabaja en el sector servicios antes que en una fábrica, pero electoralmente sigue desempeñando un papel fundamental en los estados industriales del Medio Oeste y el nordeste. En los años sesenta, el tal Joe sería un demócrata del New Deal, ligado a la causa por su afiliación sindical y por su absoluta convicción de que los demócratas eran el partido de los trabajadores.
Sin embargo, Richard Nixon primero, y a continuación Ronald Reagan, en particular, lograron convencer a Joe de que tenía poco en común con la "élite liebral" que se había apoderado del Partido Demócrata. El tal Joe se puso del lado de George H. W. Bush frente al Michael Dukakis de Harvard Yard, pero luego Bill Clinton y Ross Perot tentaron a algunos de sus amigos a abandonar el GOP. En 2000 votaron por George W. Bush blancos étnicos (descendientes de inmigrantes europeos) suficientes como para permitirle hacerse con estados industriales como Ohio y Virginia Occidental.
En 2004, los demócratas tenían dos formas de hacer volver a Joe a su hogar. Una era la economía; por lo general, Joe es uno de los primeros en ser despedido en cualqueir recesión, vota con su cartera. En 2004, la decaída economía (y los empleos que se perdieron en años anteriores) tendrían que haber devuelto por lo menos a algunos blancos étnicos con los demócratas. Por ejemplo, Bush hizo muy bien en aferrarse a Virginia Occidental en 2004. Pero el lazo profundo -la vieja idea de solidaridad de clase- está cada vez más deshilachado. Como volvieron a demostrar en 2004, los republicanos han logrado convencer a Joe de que, en Estados Unidos, la clase no es cuestión de dinero, sino de valores.
Han ido encontrando repetidamente temas no económicos para convencer a los hombres blancos de los estados del Rus Belt: el aborto (Joe suele ser católico), el delito (es partidario de la pena de muerte), el matrimonio homosexual (no tiene nada contra ellos pero, no, gracias) y las armas (recuérdese la película 'El Cazador'). Y lo siguen haciendo, entre otras cosas, porque el Partido Demócrata suele estar liderado por liberales de clase media alta y formación universitaria, justo el tipo de gente que más fastidia a Joe Sixpack.
Por ejemplo, en agosto de 2003, seis de las nueve esperanzas demócratas descendieron a la sala de reuniones del local 238 del sindicato de camioneros en Cedar Rapids, Iowa -entre los efluvios acres de maíz asado de una fábrica local de edulcorantes de maíz-, y empezaron a hacerse los humildes buscando una trasnochada solidaridad de clase. "Déjame que te diga", espetó John Kerry, educado en un internado suizo a sus "hermanos y hermanas", intentando sin duda olvidar su patinazo de unos días antes en Filadelfia, cuando pidió queso suizo para su filete con queso.
Howard Dean, hijo de un personaje de Wall Street, se agarraba al micrófono al son del himno de Bruce Springsteen para tiempos duros, "Born in the USA". Una rápida ojeada de uno de nuestros colegas al aparcamiento reveló que una de las dos únicas pegatinas de campaña de Dean estaba puesta en una pequeña furgoneta con matrícula de Minnesota y una baca portaesquís -en modo alguno el deporte favorito de los camioneros-. El único candidato de primera fila que estaba en su ambiente era Dick Gephardt.
Gephardt ya puede proceder de una familia sindicalista, pero su oferta de 2004 mostraba los débiles vínculos entre la vieja maquinaria demócrata y el obrerismo organizado. En 1988, ganó el Caucus de Iowa con abundante apoyo sindical. Esta vez le tocaba mirar, mientras la mayoría de los grandes sindicatos, particularmente los del sector servicios y funcionarios, avalaban a Dean (que, siendo estudiante en Yale, holgazaneaba y esquiaba en Vail, mientras Gephardt, el hijo del camionero, luchaba por convertirse en concejal en St. Louis). Gephardt aún logró hacerse con algunos sindicatos de trabajadores, pero eso no le impidió terminar en un humillante cuarto puesto en los Caucus de Iowa de 2004 y abandonar la competición.
Los sindicatos pueden ser máquinas recolectoras de votos desproporcionadamente eficaces, pero siguen en retroceso, en particular los sindicatos industriales, cuya causa tan fielmente había servido Gephardt. En 1960, el 40 por ciento de la fuerza de trabajo estadounidense estaba sindicada; en la actualidad, sólo lo está el 13,5 por ciento (frente a una media europea del 43 por ciento). En lo que respecta a los hombres blancos, la cifra cayó del 24 por ciento de 1983 al 14,8 por ciento de 2001.
Más que ser la columna vertebral de la industria estadounidense, los sindicatos son desproporcionadas criaturas del sector público. Ahora los maestros cuentan más que los trabajadores de las fábricas de coches, y Joe Sixpack nunca se ha sentido demasiado solidario con los maestros. Walter Mondale realizó en 1984 la campaña perfecta al viejo estilo del New Deal, respaldado por todos los sindicatos de Estados Unidos: perdió por abrumadora mayoría.
De todos los elementos que carcomen los vínculos entre el Estados Unidos de los trabajadores y el New Deal, ninguno hay más salvaje que el tiempo. En 2002, sólo el 8 por ciento de los votantes tenía edad suficiente para tener experiencia directa de los años treinta. Una experiencia que conformó la política durante décadas -que persuadió a los intelectuales para que abrazaran el gobierno y convenció a los políticos de que su más alta vocación era evitar una repetición de la Gran Depresión-, ahora no es más que un recuerdo que se va extinguiendo.
Apenas existe la sensación de que la prosperidad actual tenga una deuda con el activismo de Roosevelt de aquellos años. En Tennessee, otro estado que Gore perdió en 2000, la gente ya no habla con afecto de la Autoridad del Valle de Tennessee (TVA) como motor de cambio social; se refieren a ella como un suministrador de electricidad que necesita modernizar su modelo de negocio, limpiar sus centrales y bajar sus precios. (...)
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5 comentarios:
Así es la democracia, no? Al final todo depende de Homer Simpson.
Sí, Homer encaja a la perfección como Jose Sixpack. Sólo nos falta saber en qué estado vive para saber si es competitivo o no.
Psefología... Lo he tenido que buscar pero ya sé lo que es...
Estudio del comportamiento electoral.
Anchón, el presidente de la comnunidad autónoma vasca, derivada de la constitucion española de 1977 es D. Francisco López. A ver si actualizas el blog, nire laguna.
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