La primera semana de diciembre me hablaron por primera vez de un tal Scott Brown. El pobre incauto que iba a ser sacrificado en una carrera sin interés por cubrir la vacante de Ted Kennedy en el Senado. Por unos minutos me tomé la molestia de mirar el perfil del personaje: 50 años, de un pequeño pueblo del condado de Norfolk, protestante, hijo de padres divorciados de clase media, veterano de la Guardia Nacional del Ejército y educado en la escuela de leyes de la Universidad de Boston.
El tipo se había rodeado del equipo de profesionales que había manejado la campaña del Gobernador Mitt Romney en Massachusetts en 2002, gentes como Eric Fehrnstrom, Beth Lindstrom, Beth Myers, Peter Flaherty, Rob Cole, Ron Kaufman o Larry McCarthy lo rodeaban. Pero no había sondeos así que miré uno publicado por la Suffolk University el mes anterior. El tal Brown se situaba 31 puntos abajo de la Fiscal General de Massachusetts, Martha Coakley. Estaba claro, la demócrata Coakley había ganado el escaño de Kennedy en la primaria de su partido.
No volví a dedicar un segundo de mi tiempo a esa elección hasta que pasado el día de Reyes una encuesta de Public Policy Polling empezó a hablar de empate en Massachusetts. PPP acostumbra a publicar majaderías. Siguiendo el ejemplo de la fenómena Coakley, seguí sin darle importancia y disfrutando del tiempo libre hasta que hace ocho días Rasmussen, la encuestadora que clavó los resultados de las últimas presidenciales, confirmó la asombrosa escalada de Brown. Sin apenas tiempo para asimilar el nuevo escenario, hoy Massachusetts tiene un Senador republicano sentado en un escaño que durante seis décadas ha sido monopolizado por un sólo partido (el demócrata) y una sóla familia (la familia Kennedy con John F. primero y con Teddy después).
¿Qué ha hecho Scott Brown para ganar esto? Centrar la campaña en tres puntos que han constituído un referendum sobre la agenda política nacional de los demócratas: 1) reforma sanitaria, 2) impuestos, y 3) protección legal de terroristas. ¿Qué ha hecho Martha Coakley para ser vergonzantemente derrotada? Tomarse unas larguísimas vacaciones después de ganar la primaria demócrata, y no volver a soltar una gota de sudor hasta pasadas las fiestas navideñas. Todo ha influído.
Ahora a la Casa Blanca le corresponderá decidir cómo responder: negando que lo ocurrido tenga nada que ver con las decisiones tomadas en Washington DC y echando la culpa al pobre rendimiento de un candidato torpe, como ya hiciera en Virginia y New Jersey; o aceptando de una vez que debajo de todo esto pueda estar germinando una revuelta de la clase media contra el gasto, la regulación y los impuestos, que obligue a un replanteamiento de su agenda para evitar un cataclismo en las elecciones intermedias de noviembre.
Continúa: Parte 2 / Parte 3
miércoles, 20 de enero de 2010
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